Texto - Expresionismo de lo grotesco

Escultura de Aparicio Arthola:

Expresionismo de lo grotesco

Me deslizo en el submundo propuesto por el escultor y pintor nicaragüense Aparicio Arthola, y, en medio de su himno -¡el corazón del monstruo!-, a las aristas humanas que lo ilustran: crío feliz de una concepción artística de la fealdad, con antecedentes telepáticos en Saturno devorando a sus hijos, de Goya; y me percato de que el artista bien pudo elaborar esculturas sobrias al natural, clásicas, pero no quiso, y una opción individual lo condujo por la ruta sospechosa del expresionismo de lo grotesco, alejándolo del adocenamiento y compilando la crónica de lo abominable.

Ruta sospechosa pero peligrosa, donde se han desplomado numerosos escultores en la trampa del snobismo, que ha hecho trizas también a tantos pintores metidos al juego de escandalizar al burgués: puchero de clase media pintado de intención clasista, no artística. Y Arthola, trabajando sobre madera, metal, yeso, trapo, cartón, etcétera, obrero de la imaginación, introduce sus manos sueltas de prejuicios sociales, y va descubriendo en el espacio tridimensional de una plasticidad gustosa, la expresión de un mundo contemporáneo inexorable, con su escultura metálica de un par de botas guerreras, conteniendo los pies sugeridos de un Sísifo del Tercer Mundo, que, pese a saber que marcha directo al matadero civilizado, prosigue en un mundo posmoderno donde la felicidad no existe, y la infelicidad no tiene explicación moral. Es así porque es así. Como esos seres devastados por el hambre, que brotan de los basureros y se mueven por los caminos polvosos, a los que el artista les imprime no sé qué aire de comicidad erótica, que se mantienen, tambaleándose, sobre la línea fronteriza de lo sensual y lo obsceno, sin llegar a caer en el barro escatológico; más bien describiendo una espiral en bruto de la condición humana, atrapada en un círculo de alambre de púas, donde el día de mañana es un chiste de pésimo gusto. He allí la denuncia de su época. Conocer las ataduras es comenzar a desatarlas. Arthola expone la rusticidad de las cadenas sin un lamento. ¡Allá quien quiera seguir encadenado!

El resultado artístico de su testimonio alza la parada a lo deforme con la grotesca amoralidad. No hay en su anecdotario un estado de ánimo. ¿Para qué?; este es el mundo de hoy, sin banquillo de los acusados. Y viene su cincel a sacar humor negro como para que sepamos de dónde viene el cinismo del verdugo, y, por lo menos, soltemos una sonrisa liberadora frente a la deformidad del cadalso.

El pintor

Nuestro escultor, quien naciò en la Managua de 1951, pasando por la Escuela Nacional de Bellas Artes diez años despuès del rompimiento con el conservadurismo clasicista peñalbesco, ocurrido en 1963; liberado, ademàs, de la obsesiòn abstraccionista del amotinamiento de PRAXIS, el cual se diluyò en malacrianzas estèticas ideologizadas; desconoce la vanidad fácil del aplauso, y no se detiene en su labor un minuto, como los hacedores. Confía en el silencioso prestigio, no en la propagandizada fama. Pinta; la suya es una pintura caricaturesca -esta vez sí- del estado de ánimo de la actualidad. Quiero decir que, desde su blanco pastoso, sus personajes no escapan al patíbulo subjetivista. Sorprendemos en ellos cierto desenfado experimental, registrando en el lienzo lo que esculpió en el aire; pues pinta sus esculturas devolviéndoles lo que no poseen espacialmente: color, porque nacieron envueltas en el acrìlico de la vida real.

¿Esculturas críticas?

Y quizá esta anemia a propósito, en la que no se puede pescar un ay, que no puede ser de otra manera; es un estado sin opinión, una realidad imbatible en su estancamiento, un veredicto paradòjico que hará de estas esculturas de vanguardia suyas, en un futuro cercano que su autor tal vez no advierta, la referencia obligada de la historia del nacimiento crítico de la escultura nicaragüense.

Por Juan Chow

“La paja en el ojo”

Los Parias









Aparicio Arthola

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